Preguntaron por tus labios
cuando aún la tarde no había manchado
de sangre las hamacas del desierto.
Hubo el mismo silencio que se siente
cuando el espacio inclina sus relojes;
(no es ya tan grande la distancia
ni el ojo del mar engulle sus salinas)
es miedo sin más.
Lo curvo del deseo abrasaba
a disparos el último sigilo
y los grillos esperaban tendidos al sol
conmemorando otro entierro
de palabras
para que, al fin, las preguntas
cayeran como trompos al anochecer.