Podrían morir, no sabíamos aún.
Las rosas y la cera dejaron humo
debajo de nuestra piel cuando
-entonces-
la niebla nos protegía de tanta sorna
y tus yemas arcaizaban con mis ojos.
(La noche era un punto enorme)
Con-versos ambos, las horas iban
s e p a r á n d o s e
de lo incierto y, a veces, los besos
querían desnutrirse en otros labios
y los labios en otros cuerpos.
No había besos, por tanto,
sólo un leve crujido de aire
para perdonar el terrible insomnio
de este maldito febrero.