Pobre peste que acabó con ella siendo tierna
y más azul que una noche de verano.
Tenía las manitas tristes de no llorar,
porque no lloraba y toda la obsesión que
de ella se desprendía era únicamente
la de llorar. Una bofetada, un látigo, una menta
amargosa, un montón de heridas, una manta
plena de sal, un sudario con una virgen...
Pobre de aquella peste que la dejó blanca
y sola, aun cuando sus flores tenían olor
y su cera calentaba más que la yesca.
Pero Simón ya no estaba, y Pelagatos
se había confundido de teléfono. Y nadie
podría oírla. (Que su voz era tan delgada
como la raya de lo imposible).
Entonces hacía frío y cualquier peste
hacía de ella un retablo de incertidumbres.
lunes, 28 de diciembre de 2009
sábado, 26 de diciembre de 2009
Un montón de huesos descatalogados
Mira que he buscado,
pero estas manchas de sangre no salen
con nada. Qué inútil esfuerzo, qué desagradecidas
las miradas con las que me juzgas. Si todo fuera
así de sencillo, tan rápido que no diera tiempo
a limpiar nada, tú habrías acabado suicidándote.
Porque tienes el miedo de un cómplice
que ha perdido las gafas en mitad de un autobús
y te arrimas a las túrdigas como para conocer
que no eres tú, sino otro, quien necesita asilo.
Mira que he buscado,
de un lado ya no quedan palabras y me das
a elegir entre el muerto o tú. Eso quisieras.
Eso quisiera.
Que se levantara una torre de sangre
para que ya no hubiese más abismo
ni más reproches, ni más hambre.
Sólo un montón de huesos descatalogados.
pero estas manchas de sangre no salen
con nada. Qué inútil esfuerzo, qué desagradecidas
las miradas con las que me juzgas. Si todo fuera
así de sencillo, tan rápido que no diera tiempo
a limpiar nada, tú habrías acabado suicidándote.
Porque tienes el miedo de un cómplice
que ha perdido las gafas en mitad de un autobús
y te arrimas a las túrdigas como para conocer
que no eres tú, sino otro, quien necesita asilo.
Mira que he buscado,
de un lado ya no quedan palabras y me das
a elegir entre el muerto o tú. Eso quisieras.
Eso quisiera.
Que se levantara una torre de sangre
para que ya no hubiese más abismo
ni más reproches, ni más hambre.
Sólo un montón de huesos descatalogados.
martes, 22 de diciembre de 2009
Espectrografía
Que aún cuando tú quieras la corona,
se disfrace mi fantasma de bandoneón
y toque para nosotros el tango de la viudez.
Henchidos de golpe, idos a tomar viento
fresco, vengan de repente aquellas vértebras
por donde se asomaban los "quiero que sepas".
Pero es incierto que tú querías venir a por mí
y más incierto todavía que tú querías.
Ahora bien sabes por dónde vamos rondando
y de tanto rondar, dale que te dale, hay
puesto un evangelio encima de tu cadáver
que musita palabras en los olivares del dolor.
Si yo ni tan siquiera te conozco, si yo
ni tan siquiera sé por dónde has venido,
¿para qué vas a llevarte -errante
de sombra como un niño tierno subordinado
al temblor de unos brazos frescos
que sin puntos ni coma vienen cantando
rotos de pena a los viajeros que traen
cartas putrefactas en los barcos-
esta oscuridad que no es mía sino tuya?
Si aún pudiera verte con aquella ridícula
taza de té mirar por la ventana a la vieja
fofa del segundo tendiendo ropa,
no me importaría ser de nuevo fantasma
con licencia para espectrografiarme.
se disfrace mi fantasma de bandoneón
y toque para nosotros el tango de la viudez.
Henchidos de golpe, idos a tomar viento
fresco, vengan de repente aquellas vértebras
por donde se asomaban los "quiero que sepas".
Pero es incierto que tú querías venir a por mí
y más incierto todavía que tú querías.
Ahora bien sabes por dónde vamos rondando
y de tanto rondar, dale que te dale, hay
puesto un evangelio encima de tu cadáver
que musita palabras en los olivares del dolor.
Si yo ni tan siquiera te conozco, si yo
ni tan siquiera sé por dónde has venido,
¿para qué vas a llevarte -errante
de sombra como un niño tierno subordinado
al temblor de unos brazos frescos
que sin puntos ni coma vienen cantando
rotos de pena a los viajeros que traen
cartas putrefactas en los barcos-
esta oscuridad que no es mía sino tuya?
Si aún pudiera verte con aquella ridícula
taza de té mirar por la ventana a la vieja
fofa del segundo tendiendo ropa,
no me importaría ser de nuevo fantasma
con licencia para espectrografiarme.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Soluna
Rubios los ojos y rubias las manos;
azul en la tangente de tus labios,
ya rubios,
con este miedo a la santa misa
de no vernos ya más.
Rubia pupila, mielecilla de niña.
Tristes furtivos los abrazos de frío
que salen del charco para enrabiarse,
enrubiados también,
y no llegan a tu memoria.
Rubia cáscara en tu piel rubia,
besos no vencidos ni conocidos
con una muesca de aire
por donde ventean las palabras
que han de ser vistas por ingleses
fastuosos.
Que de rubia frente no caigan
ni rosas ni desconsuelos,
rubia cosa pequeña de dientes
desconocidos.
Dime tan sólo qué rizo o risa
tienes guardada para la noche
en que yo venga a tocarte la mejilla,
rubia soluna de rubio melodrama,
para no en vano esperarte
con las manos vacías
sediento
cansado
soleado y rubio
con un montón de mitades.
azul en la tangente de tus labios,
ya rubios,
con este miedo a la santa misa
de no vernos ya más.
Rubia pupila, mielecilla de niña.
Tristes furtivos los abrazos de frío
que salen del charco para enrabiarse,
enrubiados también,
y no llegan a tu memoria.
Rubia cáscara en tu piel rubia,
besos no vencidos ni conocidos
con una muesca de aire
por donde ventean las palabras
que han de ser vistas por ingleses
fastuosos.
Que de rubia frente no caigan
ni rosas ni desconsuelos,
rubia cosa pequeña de dientes
desconocidos.
Dime tan sólo qué rizo o risa
tienes guardada para la noche
en que yo venga a tocarte la mejilla,
rubia soluna de rubio melodrama,
para no en vano esperarte
con las manos vacías
sediento
cansado
soleado y rubio
con un montón de mitades.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Gitano del norte
Si tus ojos en mis manos estuvieran,
dieran de sí. Yo verte navegando
por entre los pliegues de mi sangre
-dura ya de estambre en cuerdas-
alzando con los nudillos mil torres
de poesía. Verso tú y verso yo.
Mejías o de igual verdor, gitano
del norte, que duermes en la noche
con dos velas encendidas.
Reptiles ambos del paladar amargo
que nos incita a poemas desgarrados
bajo capas de vinagre y espanto.
¿Para qué parirte si ya me has nacido
cien veces por los dedos
y otras cien por esta noche?
- Dígame usted de dónde vino
y por qué se llevó mis versos.-
Gitano, que de mis manos
no te fueras.
*Para Eneko por tantas "Capaz de verso" y por dejarme ser su aprendiz.
dieran de sí. Yo verte navegando
por entre los pliegues de mi sangre
-dura ya de estambre en cuerdas-
alzando con los nudillos mil torres
de poesía. Verso tú y verso yo.
Mejías o de igual verdor, gitano
del norte, que duermes en la noche
con dos velas encendidas.
Reptiles ambos del paladar amargo
que nos incita a poemas desgarrados
bajo capas de vinagre y espanto.
¿Para qué parirte si ya me has nacido
cien veces por los dedos
y otras cien por esta noche?
- Dígame usted de dónde vino
y por qué se llevó mis versos.-
Gitano, que de mis manos
no te fueras.
*Para Eneko por tantas "Capaz de verso" y por dejarme ser su aprendiz.
martes, 1 de diciembre de 2009
Quédese
Guárdame para la muchedumbre
-en la noche de los abrazos suicidas-
como lámina de acero. Si mi frío sentís,
tendré para vos un inmenso paraíso
con niños y ojeras, destierros de un alma
que estornuda la primera palabra
después un coito. He ahí tu sonrisa de gacela
y esa venganza de poseer sin pretérito,
anhelando con la fiebre del hombre-luna
unos brazos entumecidos por la sal.
Si acaso te pidiera, si caso te hiciera,
si acaso de dijera, habríamos de necesitar
un corral de epitafios en mitad del mar
y un sinfín de pequeñeces con zapatos nuevos,
y un burro con tres orejas,
y un espejo en la mesita,
y un tralalí y un tralalá,
y un mío, mío, mío.
Quisiera yo saber por dónde caben
estos dedos para no perder, ansí,
la voluntad del amor que no espesa
y la constancia irreverente de llamarlo
como a un imbécil: ángel mío,
moribundo de mis entrañas,
despropósito de mis vanguardias.
Quédese.
Que de ese me encargo yo.
-en la noche de los abrazos suicidas-
como lámina de acero. Si mi frío sentís,
tendré para vos un inmenso paraíso
con niños y ojeras, destierros de un alma
que estornuda la primera palabra
después un coito. He ahí tu sonrisa de gacela
y esa venganza de poseer sin pretérito,
anhelando con la fiebre del hombre-luna
unos brazos entumecidos por la sal.
Si acaso te pidiera, si caso te hiciera,
si acaso de dijera, habríamos de necesitar
un corral de epitafios en mitad del mar
y un sinfín de pequeñeces con zapatos nuevos,
y un burro con tres orejas,
y un espejo en la mesita,
y un tralalí y un tralalá,
y un mío, mío, mío.
Quisiera yo saber por dónde caben
estos dedos para no perder, ansí,
la voluntad del amor que no espesa
y la constancia irreverente de llamarlo
como a un imbécil: ángel mío,
moribundo de mis entrañas,
despropósito de mis vanguardias.
Quédese.
Que de ese me encargo yo.
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