Pobre peste que acabó con ella siendo tierna
y más azul que una noche de verano.
Tenía las manitas tristes de no llorar,
porque no lloraba y toda la obsesión que
de ella se desprendía era únicamente
la de llorar. Una bofetada, un látigo, una menta
amargosa, un montón de heridas, una manta
plena de sal, un sudario con una virgen...
Pobre de aquella peste que la dejó blanca
y sola, aun cuando sus flores tenían olor
y su cera calentaba más que la yesca.
Pero Simón ya no estaba, y Pelagatos
se había confundido de teléfono. Y nadie
podría oírla. (Que su voz era tan delgada
como la raya de lo imposible).
Entonces hacía frío y cualquier peste
hacía de ella un retablo de incertidumbres.
2 comentarios:
Buena actualización.
Te sigo.
Me encanta comos escribes y lo que escribes.
"Libertad no conozco sino la libertad de estar preso
en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío"
Luís Cernuda
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