jueves, 21 de agosto de 2008

Palabras en un ángulo agudo


La noche va pariendo mis lunares
en una sucia tarta de cumpleaños
que no llega certificada.
Yo siento tus huellas como un fósil
endemoniado en mis muslos.
Te beso la sonrisa,
con las manos temblándome en simulacros,
cuando el triste olor a puro
se ha vuelto
invisible. Por los ojos, me van naciendo
claveles que llegan a tu cuerpo
como cables insensatos.
En la cocina se han muerto las cucarachas
y no tenemos ni pan para llevarnos
a los bolsillos. Yo me siento tan inútil
que sólo me quedan los aviones de papel
empapándose las alas y describiendo sifones
para irse más deprisa.
Se sumen por el sumidero.
Busco un minuto por algún callejón
para que tu abrazo me patine en la garganta
y el frío mida sólo un centímetro.
Podría dejarte sin dientes si de tanto amor
uno a uno los arrancara y beberme ese
cuerpecito tuyo con cien volantes
dejando al aire mis palabras. Tuyo. Como
las ratas de los agujeros húmedos.
Como de nadie que dice nada.

martes, 17 de junio de 2008

Galletas


Ella había abierto su paquete enorme de galletas. Nunca una galleta me había parecido tan deliciosa. Ella sentía cómo chorreaban sus párpados de placer, cómo su lengua pedía a gritos una estúpida zurrapa de aquella galleta. Tan redonda como unos senos desparramados en mitad de un colchón. Aquella galleta se me antojaba despacio. Yo quise su galleta. Sentí de pronto la necesidad de comprarme un paquete entero de galletas y devorarlas sin ánimo de antojo, sólo por la pura necesidad de comérmelas todas a la vez. Ella me miraría y también sentiría deseos por mis galletas. Recordaría pasajes inciertos de series de televisión en donde comen galletas pero no tendría más remedio que acabar con ellas, no dejar ni el aroma por la casa, hacer desaparecer de un golpe hasta su existencia misma en mis pensamientos.

Un golpe de mierda me ha sacudido. Y ahora la mierda es chocolate y galleta; sólo es una galleta de mierda. He pensado que lo mejor es escribirme tus fracasos en la punta de mis caderas y reventarte la boca a puñados de chocolate. Este olor me marea. Tus piernas, cual columnas de rocalla, se aflojan como un muelle que no soporta el moho que lo asedia. Y terminas en el suelo con todo el chocolate desvirgando lozas y zaguanes. Y quiero que siga oliendo a mierda para que tú sigas tirada en el suelo, con las patas colgando; con tu nombre ridículo que suena algo así como a orines. Y el paquete de galletas sin abrir. Ya no es preciso.