Tienes el
pulso equilibrándome la sed.
Tarde o
temprano las noches vaciarán
sus redes de
grillos atormentados
para dar
ortigas al sueño que los envuelve.
Dirás que
tiemblo y que callo, que tengo
tantas rarezas
como dedos, que asomo
la cabeza
por la rueda de la inquietud
como una
rápida tortuga para esconderse.
Vigilas el mar
de algún beso
por si no
tuviera suficiente el hambre
con esas
torpes letras que alimento
de sal y a
las que reinvento, a veces,
de su misma
necedad.
No dejes que
amargue tus ojos
ni que
sulfate tu artificial llanto
o que tu
llanto verdadero cuelgue
de sí mismo
el peso de la tormenta.
No quieras
verme necesitándote
ni mucho
menos necesitando
decírtelo.