martes, 24 de febrero de 2009

Huellas

¿Qué gato o huella soy que me conozco
las tiznes de la incertidumbre?
¿Qué lengua fue la pausa de quien
te dijo que la muerte era cosa de asfixia?
Ah, estoy silente de esquinas
y con la cal van llorando los dedos
en quien puse mi confianza,
mi “si yo te cuento…” mi “te juro…”.
Esperarme no basta.
Tienes que buscarme,
debes buscarme.
Bebes para buscarme.
Que yo sólo me entere de tu nombre.
Que sólo la palabra te quite las ganas
de sentirme cansado.
Que por fin me entiendas
cuando te digo que si te busco
es que estoy harto de rezongarme
con tu pañuelo en los labios
y que me duele la sangre y la saliva.
Que yo no lo sepa.

jueves, 19 de febrero de 2009

Guirigay

Si te dijera que estoy harto de este
guirigay, que ya me huele la piel a plomo,
que no voy contando las horas,
que me olvido de amarrar las oraciones,
tal vez te dé igual.
La muerte me anuncia otra frente
y los niños están cansados de llorar
sin calcio en los ojitos.
Llueve verde por los tejados.
¿Por qué no buscas la razón en otra parte?
Ya sabes que yo soy tan menudo
y tan torpe que me voy olvidando
de las promesas de volver a saciarnos.
Tengo estos morfemas como flemas
en los labios y el número de la suerte
colgando del violín de tus manos.
(Ilustración: Marc Chagall)

jueves, 12 de febrero de 2009

Lo invisible nos come los huesos

Es cierto lo que dices,
que la rareza de lo invisible nos come
los huesos. Sos.
Esto tiene que acabarse, este trasnochar
con los omoplatos tatuados de acelgas,
sin contarnos qué nos hace felices.
Yo no quiero que sigas siendo la princesita
de esta terrible hazaña a la que llamas
y llamo locura. Tú te mereces una boca
menos desencajada, una rata henchida
a lingotazos. Y no sé ponerte el sexo
en las manos.
Quizá sea más perverso buscarte
y menos cierto saber que nos estamos
necesitando.
(Foto: Álvaro B. Modelo: María Regueira)

martes, 10 de febrero de 2009

Naturaleza muerta

Tú sabes un montón de cosas -cuánto te
envidio-. Cuando yo aprenda lo que tú sabes,
cuando sepa lo que tú sabes, podré matricularme
definitivamente en el laberinto afásico de los gestos.
Recuerdo que cuando te tocas el cabello una princesa
salta asfixiada al torpe, perdón, quise decir
troupe, con la risa diluida en sambenitos.
Eres como el haz del sesgo del trote de la princesa
de la envida de lo que sabes. ¡Ah!
¡Qué poca novelería!
En tus eses, desayunan los murciélagos
tostadas de aceite con azúcar
y van jugando con los picaportes
de tus ojos en contínuas danzas macabras.
Si yo supiera tanto de montes, de ríos,
de cabañas en mitad del espacio,
me iría corriendo a suplicarte un disfraz,
un poquito de tus dientes; un balbuceo
frente a la pecera -que no sé si tienes-.
Te conozco tan poco... Y de entre toda
la naturaleza muerta, van quedando aceites
curativos, bálsamos pensantes, unciones
de vidrio. Yo no sé nada a tu izquierda,
ni a tu derecha. Miento como un ruidoso.
Entre los rincones de mi cuerpo,
abaleo epítetos con el fin único
de acabar un poema que tú no sabes escribir.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Quando tu mi spiavi in cima a un batticuore

¿Dónde puedo esperarte?
Hace largo rato que no escucho tu súplica
y mi pataleo se agota lentamente.
Con las orejas pintadas de rosa te amarillea
la vida; sabes a limón por cualquier parte.
A mis costados, las luces dejan de rezongar
cuando ya se han muerto las ganas de verte
y los claveles me parecen más sucios
y la tormenta más de menta,
y tus ojitos más hijos de la noche.
Sé cuánto llora la Giralda
y cuánto de espeso me disfruto.
Encima de tantas gangas, después de tantas
ofertas, te he dejado la piel en los hilos
y las sombras en las costuras.
Te refrena el odio de llamarme poema.