lunes, 25 de octubre de 2010

Bendición a la hora en que canta el gallo

El cielo cae plomizo como una dura
mancha que oprime a los transeúntes.
La ropa tiene olor a sardina y a luz.
Por el ruido de una mecedora
se adivina a los gatos lechosos
que hunden en agua sus bigotes
cachondos. Solo en lugar de sol.
(Así como el agua va llenándonos
las catedrales de sueño
también el espejismo de sal
va cubriéndonos a desengaños.)
Las ancianas buscan el calor
de Jesucristo en templos que
levantaran paganos y esclavos
mientras un sorbo de mistela
las atonta en mitad del rosario.
Nos bendicen con los buenos días.