miércoles, 14 de diciembre de 2016

Di, diciembre

Deambulo mudo aplastando vagamente
las verdades que nos quedaron por amar.
Esta casa tan fría y tan vacía sin mí
ya no puede cobijar el alma que abandono
agónico como un limón viejo al que
ruego un poco más de su dolor amarillo
—hiere el acero tan débil carne—.
El tiempo nos vomita las veces en que
la vida nos regalaba un puente
para que las manos pudieran conocerse
y los ojos tuvieran ansias de asfixiar
la huida, el deseo y la noche.
Pero en mis labios se ha dormido
la hilandera del beso y sólo la luna
es capaz de obedecer a tanto remiendo,
a tanta herida, a tanto ruego, a tantas
palabras redimidas por el desvelo.
Yo siento en mi esqueleto la guadaña
del olvido y lloro cada espacio de ti
despidiéndome de todos los espejos
que vivieron el miedo de reflejarnos.
Existo detrás de esta ocarina que gime
y grita lo que mis dedos imponen
ante la cruel resignación de tu voz
que como un plomo de agua
ha inundado mi aliento de tierra.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Destripe de nosotros

Pongo la voz entre lirio y chamizo
aguardando la ternura que la condición
no impone y las manos no alimentan.
Este destripe de nosotros en la distancia
galopa como una mancha de ceniza
que ha sumido su química en la piel
y no hay ya saliva que la emborrone
ni extremidad que la oculte.
Aterido al infierno que deja el silencio
describo la culpa que me subordina
a todo lo que yo no puedo ser,
a mi nombre bajo el limo,
a la migaja decrépita de mi pupila,
a esta virtud de predecir el deseo…
Desobedezco las leyes del hierro
y me endurezco y me golpeo tácito
ante la roja llama que hierve en tus ojos.
¿Para qué vamos a esperar el desorden
si la oliva de tu iris ha exprimido la luz?
Quizá pongo todo el empeño en amar
lo que describo y en la culpa infinitiva
que nunca conjuga más que la mitad.  

viernes, 6 de mayo de 2016

Entramado

La aguja hundía sus tentáculos
bajo el nido de ranas que aguardan
turno de croa.
Al otro lado de la raya amarilla,
se besan reflexivas ramas
aguardando el calor de una mentira
que ventea el ojo donde va a pudrirse
sin el viento que azule los huesos
de esta mala suerte que es vagar.
A cambio de tanta estructura,
te agarras a mi sangre
-regaliz de luna-
y desvías al lirio de una luz pobre
que sobrevive palmo a palmo
henchida de calentura.
No sabes qué venganza,
qué clavel,
qué salpicadura
te espera más allá de mi carne.
Yo que siempre fui como la soga
que, aunque débil, sollama
la piel y la aborrece al instante.
Amar como un pretexto de bosquejo
es ir abriendo la cal de la distancia
para que a veces o entonces
digas que ya no me necesitas.

viernes, 29 de abril de 2016

El rastro de la espiga

Es una tarde de palomos atolondrados
que defecan sin ser vistos sobre galangas
malheridas a la luz del sur.
Entre tu mano y mis ojos
la distancia se arrastra caliente
hasta encontrar el invierno
en el que guardas la sed y te la tragas.
Este estado cíclico –me digo- debe
ser el cáliz que venza la costumbre
a la que aterimos la vaguedad,
la simpleza y el destierro de amarnos
como niños que descubren el sexo
a escondidas de sí mismos,
abaratando el placer y la tortura
con que sueñan en años de fracasos.
Sobre la red de la naranja
reposa el pico de una abubilla
lenta y avellanada como tu desengaño,
ése que agrupa las sienes y las cabalga
borrando el rastro de la espiga.
Pero entonces, desprovisto de ti,
¿quién vendrá a tasarme las heridas?
¿Quién dirá a mis enemigos cuántas
hormigas caben en el ojo de mi pecho?
¿Qué querubes no desearán mis labios?
Todo huele a olvido:
derramada sangre,
cofrecito de pluma,
ventalle hueco,
hueso y escombro.
Por la alcantarilla de mi garganta
el polvo hiere a la primavera.