jueves, 29 de abril de 2010

Conversaciones

No paro de golpear los ataúdes
pero en vano la carne está podrida
y no hay nada que hacer. Cuando podías cantar fados
te escupían las ratas milongas henchidas con el clamor
de sus dientes. Todos los días vine a traerte flores.
Si quisieras mejores galas te habrías vestido
con un traje de langosta pero no quisiste gastar
ya más. Me quedan razones para convencerte
pero en el fondo quiero casarme contigo
porque me sobra la bondad y un insecto en los labios.
Han venido hasta aquí las tribus de niños observados
por ojos lascivos y han orinado en tu lápida
porque el tiempo no nos daba tregua. Y el calor,
créeme, no puedes aguantarlo cuando llevas un hijo
dentro. Si es la hora del café, si es la hora de morirte,
si es el momento de traerme al hemisferio...
Mírate. Estás sucia porque no quieres que yo te lama
las heces pero sin embargo no dudas en esconderme
la manía tuya de enamorarte de cuantos quieres.
No me importa. Estaremos de luna de miel cuando
todo haya pasado y la luz maldita deje de iluminar
esta cáscara de limón en derredor de tu cama.

miércoles, 14 de abril de 2010

Elegía

Se la llevó su último hilillo de voz,
tenue y triste en la noche cerrada
con las manos frágiles y el pelo blanco
de tanto amar -pura y cristalina-.
Oriunda vuelves a la tierra tuya,
tan cerca de la mía, con los ojos
cansados de mirarte las entrañas
del dolor y en tu frente se adivinan
los años en que fuiste aceitunera
de vértebras y señora de luto.
Láquesis cosió tus enaguas con
el tafetán de sus ojos y puso la herida
en tu cintura. Que ya el jacinto
se consume como un sol sin primavera
y han venido las madres a llorarte
con el aliento seco en el ocaso.
Quisieran germinar mis dedos
para acercarme a la raiz de tus
mejillas y no alcanzo más que a unos
versos que quizá leas postrada
y serena en la silla del celeste mar.

* A Mª Teresa Gálvez.

martes, 6 de abril de 2010

Títeres de luz

Los días de después hay miedo
y júbilo. Cantos largos y enteros han
de descomponerse en las bocas húmedas
de las viejas de rodete y abanico.
En la mesa se sirve la cal del muerto
y a las cinco en punto el paladar se
reviste de un humo silencioso y dañino.
Decóranse las caras con el pincel
de la desidia porque ya no son rostro
ni faz ni redención. Sólo ya viejas
y un sepulturero atractivo que las
seduce. Títeres de luz que decapita
y permite susurrar hartas de calor,
putrefactas de ser,
de estar,
de parecer
y de copular.