martes, 1 de diciembre de 2009

Quédese

Guárdame para la muchedumbre
-en la noche de los abrazos suicidas-
como lámina de acero. Si mi frío sentís,
tendré para vos un inmenso paraíso
con niños y ojeras, destierros de un alma
que estornuda la primera palabra
después un coito. He ahí tu sonrisa de gacela
y esa venganza de poseer sin pretérito,
anhelando con la fiebre del hombre-luna
unos brazos entumecidos por la sal.
Si acaso te pidiera, si caso te hiciera,
si acaso de dijera, habríamos de necesitar
un corral de epitafios en mitad del mar
y un sinfín de pequeñeces con zapatos nuevos,
y un burro con tres orejas,
y un espejo en la mesita,
y un tralalí y un tralalá,
y un mío, mío, mío.
Quisiera yo saber por dónde caben
estos dedos para no perder, ansí,
la voluntad del amor que no espesa
y la constancia irreverente de llamarlo
como a un imbécil: ángel mío,
moribundo de mis entrañas,
despropósito de mis vanguardias.
Quédese.
Que de ese me encargo yo.

2 comentarios:

Ser paciente tiene su precio... dijo...

Tienes mucho que guardar, espero encontrártelo todo, disfrutar de cada palabra que me ofreces.
Un tralalí tralalá,
Ai ai ai aia
ui ui ui.
Siempre habrá un lugar para tus dedos, tus manos, brazos y resto del cuepro, allí donde tu corazón quiera entrar, podrá.

Rafa Álvarez dijo...

HOSSSSTIA! Increíble, sencillamente increíble, no me pongas tan difícil volver a actualizar en homenaje a ti. Lo imprimiré y lo leeré días y días... Es increible. Un beso amor!